domingo, agosto 10, 2025
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Incitatus en Puerto Plata: Episodio Calígula Real

El epílogo de Incitatus en la lógica caliguliana no ocurrió en Roma, ni en ningún otro punto de la península itálica, ni en otra parte del Imperio romano.Sucedió bajo el sol tropical de tierras de un mundo geográfico ignorado por los romanos.Sucedió muchos siglos después.Sucedió en la República Dominicana, específicamente en Puerto Plata.No se dio con el propio Incitatus, pero sí con un émulo suyo.Del mismo modo, quien propició o protagonizó dicho epílogo no se distanciaba mucho, en cuanto a sus métodos, del crudelísimo loco que fue Calígula.Sólo esto último explica que un episodio semejante pudiera materializarse en el mundo de la realidad y no en el de la fantasía.Fue, pues, un acontecimiento de la vida real.No se inventa absolutamente nada al hacer referencia al mismo.Hay personas apasionadas con los equinos, eso es innegable: cada cabeza es un mundo… y eso hay que respetarlo.Pero cuando la pasión por un caballo se lleva al extremo que el desquiciado emperador romano tenía por su caballo español Incitatus (que significa “impetuoso”), ese extremo es señal de que algo no anda bien en la cabeza de aquel que propicia semejante cosa. Naturalmente, el poder que concentraba un césar o emperador romano en sus manos era tan inmenso y peligroso, que tratar de hacerle ver la realidad a un loco depositario de tanto poder era algo tan arriesgado que podía costarle la vida a quien lo intentara. Decirle que lo que hacía a favor de Incitatus era contranatura era jugarse la cabeza.Incitatus es el famoso caballo al que Calígula convirtió en cónsul de Bitinia, luego en senador de Roma y, más tarde, le dio por esposa no a una yegua, sino a una mujer de carne y hueso, real, que respondía al nombre de Penélope y pertenecía a una familia noble romana.Cuando se dieron esos nombramientos, los colegas senadores del caballo no se atrevieron, por lo ya dicho, a chistar. Por el contrario, “aplaudieron” dichos nombramientos y llegaron a tener que presenciar (y tolerar) al noble bruto en el seno del Senado romano como otro par cualquiera.Cuando los aterrorizados guardias pretorianos —hartos de tantos asesinatos y desmanes de Calígula— decidieron enviarlo al Más Allá (para que no se quedara ni aquí ni en el Más Acá) y procedieron en consecuencia, se dio el espectáculo de verse ellos ante el desafío del demente emperador diciéndoles que lo hicieran, que nada le ocurriría porque él era un dios hecho hombre. Su envío al Más Allá probó que su creencia al respecto era equivocada. A partir de ahí no se supo más del destino de Incitatus. La Historia no da cuenta de ello. No se sabe si alguno de los guardias pretorianos (su jefe o cualquier otro) se apropió del caballo o si, por odio a Calígula, también se le dio muerte.Pero, en un ejercicio de hipótesis mental: ¿qué hubiera pasado si Incitatus hubiese muerto estando vivo Calígula?La forma en que Calígula trató a Incitatus fue exquisita. No creo que caballo alguno, ni antes ni después, haya llevado la vida de rey que con Calígula llevó Incitatus.Le construyó una caballeriza de mármol, y el pesebre en que dormía era de marfil. Luego le obsequió una villa romana con casi veinte personas a su servicio, y jardines para el “deleite” del agraciado caballo, que era tan privilegiado que hasta el color púrpura —dominio exclusivo de los parientes del emperador— adornaba sus mantas de dormir. Al igual que los miembros de la realeza romana, usaba collares carísimos, engalanados con gemas de gran valor.De semejante trato, creo que es fácil colegir la respuesta a aquella pregunta.Estoy seguro de que Incitatus habría sido objeto de unas honras fúnebres solemnes, históricas, con proverbial magnificencia imperial, pues Calígula demostró hasta la saciedad que no era mezquino (sino más bien manirroto) con dicho animal.En Puerto Plata estuvo alguien que, como Calígula, profesaba más amor hacia su caballo que hacia sus semejantes. En el año 1866, el general seibano (hatomayorense, específicamente: Hato Mayor entonces pertenecía a El Seibo) Miguel Lovera, por designación del presidente Buenaventura Báez, era gobernador y comandante de armas del entonces distrito de Puerto Plata. Al ver Lovera muerto a su caballo por su propia torpeza —manejando su revólver en un intento de matar a dos delincuentes, montado en rabia tras enterarse de lo cometido por aquellos—, dio connotaciones de tanto dolor que, por orden expresa de dicho César y Espadón seibano, el caballo fue objeto de un ceremonial fúnebre idéntico al que se dedica a una persona cuando fenece.A esto hay que agregar, como siempre ocurre, que alrededor de quien detenta cualquier clase de poder surgen los serviles por conveniencia y los serviles por miedo —o por ambas cosas—, y son esos los que revolotean alrededor del “pastel”. Los asistentes personales y los “amigos” de Lovera lo vieron tan profunda e intensamente deprimido que se ocuparon febrilmente de los más mínimos detalles del entierro del equino para que su jefe se sintiera bien. Todos en el pueblo debían vestir de negro como muestra de palpitante dolor.Durante el cortejo fúnebre del noble bruto, todos aquellos por donde se transportaba al caballo —a bordo de una carreta tirada por un poderoso buey, adornada con gran esmero y propiedad para la ocasión— hacia la fosa (abierta frente al mar) que recibiría sus despojos mortales, tenían que descubrirse la cabeza, hacer muestras de reverencia, de dolor, y repetir la expresión: “¡Pobre caballo, tan buen caballo!”. Tenían que sumarse al cortejo repitiendo esa frase, como una letanía.En su Diccionario Biográfico-Histórico Dominicano, Rufino Martínez recoge parte de lo ocurrido y lo resume diciendo que Lovera “tuvo el extravagante capricho de enterrarlo formalmente, para lo que invitó al Cuerpo Consular y al pueblo. Al acompañamiento no se le permitió otro comentario que la doliente expresión: ‘¡Pobre caballo! ¡Tan buen caballo!’, en tanto que una charanga desgarraba una marcha fúnebre”.¡El Cuerpo Consular! ¡El pueblo! ¡Una marcha fúnebre! Unas pompas fúnebres de alto nivel, unas exequias propias de un jefe de Estado de la Roma imperial… Todo para un caballo. Parecería una estampa ugandesa Idi Aminista Dadá. ¿Qué hubiera pensado, y qué le habría inspirado al checo Franz Kafka si hubiese sabido que eso ocurrió?El episodio surrealista ocurrió en la vida real. Ocurrió en Puerto Plata. Increíblemente, ocurrió en la vida real e increíblemente ocurrió en Puerto Plata.Ese hubiera sido el epílogo de Incitatus en la lógica caliguliana… frente al caballo que el emperador decía que le hablaba.

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